miércoles, 15 de julio de 2009

Satanás y su mala fama

Una de las capacidades más antiguas de la mente humana es la de clasificar las cosas en buenas o malas. Tal clasificación es, desde luego subjetiva, por lo que suele suceder que un grupo humano aprecie algo como bueno mientras otra lo califique como malo (vg. el canibalismo).

En el pensamiento mágico-religioso, las cosas malas se explican como producto de una fuerza superior: generalmente espíritus, duendes y dioses. En la tradición católica, el representante supremo de la maldad es Satanás.

Satanás no es un dios, sino un hijo del dios Jehová. La Biblia dice muy poco sobre su creación pero, a diferencia del engendro cornudo y coludo de intenso color rojo que nos han platicado, lo describe como un querubín grande, perfecto y hermoso (Ezequiel 28). Su gravísimo pecado consistió en querer ser igual que Jehová y como castigo fue enviado al Seol (que no es el infierno sino una sepultura donde hay muertos buenos y malos) (Isaías 14:13).

Siendo Satanás el personaje que encarna a la maldad, uno pensaría que desde su aparición ha hecho muchas cosas malas y que la biblia debería narrarlas. Pero no es así, en toda la biblia sólo hay un caso donde Satanás hace cosas malas: la fábula de Job.

En ella Jehová y Satanás hacen una apuesta: si le causan mal a Job (una especie de Ned Flanders) y éste termina maldiciendo, Satánas gana. Se vale hacerle de todo, menos matarlo. Así comienzan el experimento con Job como conejillo de indias. Sus criados son asesinados, sus hijos mueren aplastados, le sale sarna y todo esto por encargo de Jehová (Job 32:11). Job se queja pero no maldice, y después de un rato Jehová le repone lo que había perdido.

Satanás pierde entonces la apuesta y no vuelve a hacer cosas malas en toda la Biblia. En cambio Jehová sí que hace cosas malas: ahoga a toda la humanidad salvo a Noé y su familia; dirige a su pueblo elegido para que saqueen, violen y asesinen a otros pueblos; destruye ciudades enteras como Sodoma; además exige sacrificios de animales chamuscados y hasta que se hagan la circuncisión dos veces (Josué 5:2). ¡No jodas! ¿Que no se supone que el malo y perverso era el otro?

Jehová mata y destruye, pero Satanás carga con la fama. De verdad que, parafraseando a lo que dijera alguna vez el paisano Pito Pérez, "Pobrecito de Satanás, que lástima le tengo".

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